martes, 17 de junio de 2008

La comedia, el cine más serio de Hollywood

Toda risa es política
Actores como Adam Sandler, Will Ferrell o Ben Stiller son los verdaderos autores de films libres, afilados y audaces, pero siempre menospreciados.
Era cierto: la historia se repite como comedia. Durante la entrega de los Oscar del año pasado, los actores Will Ferrell y Jack Black chillaron una canción sobre la manera en que la Academia de Hollywood ignora ciertas películas con método. “Un comediante en el Oscar: el hombre más triste de la ciudad”, cantaba Ferrell, mientras Black proponía emprenderla sin más a trompazos con los eternos nominados Leonardo DiCaprio y Jack Nicholson.

No será para tanto: fuera de las películas, en la vida “real”, los comediantes de hoy son gente relativamente civilizada. Pero dentro de sus ficciones, los tipos enloquecen seriamente, y vienen produciendo algunas de las películas más interesantes y menospreciadas del cine popular contemporáneo. De cualquier modo, la posibilidad de dirimir el pleito a las piñas ya tuvo lugar en ese campo de batalla en el que las películas se enfrentan entre sí.


Por ejemplo: la biempensante y globalizada Babel no es más que un lamento pintoresquista si se la compara con la anárquica y desquiciada Las locuras de Dick y Jane, una comedia en la que Jim Carrey es despedido de su trabajo y termina en la cloaca más hedionda del vulgarmente llamado “sueño americano”. Si de familias disfuncionales hablamos, la de Pequeña Miss Sunshine no tiene ni para empezar a hablar en comparación con la prole enfermante de Will Ferrell en Ricky Bobby, loco por la velocidad, una de las películas más sediciosas del último año, que tal vez por ello recibió aquí el tratamiento que merece el cine de riesgo: nada de estreno en cines, directo a DVD.


Finalmente, los intentos de Michael Moore por explicar la rusticidad, la prepotencia y la falta de información reinante en los Estados Unidos son menos corrosivos que las tumultuosas intervenciones de Sacha Baron Cohen en Borat o que la clase maestra de comedia que da Adam Sandler en la inminente You Don’t Mess With the Zohan, sobre la que la crítica Stephanie Zacharek escribió: “Es una película mainstream que se atreve a hacer bromas sobre el tipo de realidades políticas complejas que uno ni se animaría a mencionar siquiera en una cena. Y si bien no intenta proponer ninguna solución diplomática viable, hace un valiente esfuerzo por tender un puente sobre una grieta que la mayoría de nosotros estimamos imposible de sortear”.


Si la historia se repite como comedia es porque así como ayer se encasillaba a las películas de Hitchcock, Chaplin, John Ford o Howard Hawks en un lugar de entretenimiento barato, los comediantes de hoy son ignorados o, en el mejor de los casos, señalados como una pandilla de bestias sin mucho que decir sobre el cine y/o el mundo. En la década de los 50, los críticos de la revista Cahiers du Cinéma se animaban a declarar genio a Howard Hawks o a dedicarle un número entero a Hitchcock, recibiendo una rechifla de ese público consumidor de “películas de calidad” que creía que el cine era otra cosa.


En 1960, Jerry Lewis (otro autor insignia de los críticos franceses), iba aún más lejos en El botones (The Bellboy), su primera película como director, abriendo la acción con un personaje que le hablaba a la cámara y decía: “Soy Jackie Mulchen, productor ejecutivo de Paramount. Antes de comenzar la proyección pensé que al menos debía decirles esto: la película que verán no es de las mediocres que se han presentado últimamente a la gente que va al cine. Es muy fácil hacer ese tipo de películas, llenas de amor, emoción y lágrimas. Pero nosotros elegimos hacer otra cosa: una película basada en la diversión”.


La comedia siempre debió obtener reconocimiento a las trompadas, o provocando o generando polémicas. Nada es normal en su territorio. Ninguna línea es recta y la que va de Chaplin a Jim Carrey pasando por Jerry Lewis, menos; aunque permite llegar hasta los últimos años de Hollywood (unos muy de “películas mediocres que se han presentado a la gente que va al cine”) y hablar de un grupo de films y creadores crecidos a espaldas del prestigio (o a su sombra, como un musgo de lo trascendental) que merecen especial atención: actores como el propio Carrey, Adam Sandler, Will Ferrell, Ben Stiller, Vince Vaughn, Jack Black, Sacha Baron Cohen, Steve Carrell o Sarah Silverman son los verdaderos autores de grandes películas, comedias muy graciosas, cuya fascinación nace de los extremos y las hace obras mucho más radicales y sofisticadas que muchos de esos títulos que suelen salir premiados en los Oscar.


Por otra parte, este “cine de actor” que se recorta como un nuevo cine de autor no tiene que ver con subproductos de explotación cortados a la medida de tal o cual cara bonita. Aquí, ya lo decíamos, reina la desmesura: la libertad cargó contra el cálculo sin pedir permiso ni disculpas. El crítico español Álvaro Arroba, responsable de la revista Letras de Cine, sugiere: “Este cine es un avatar de aquella comedia americana que dejaba libertad a los actores para invadirlo todo. La puesta en escena emana de sus cuerpos: ellos determinan el plano que les pertenece (todo vendría de Jerry Lewis, Buster Keaton, Fred Astaire o Gene Kelly). Estos comediantes charlatanes y físicos arrastran todo el espacio tras de sí, como en los musicales de los 30 y 40 o en los dibujos animados de Tex Avery. Esa energía invade la película y vuelve invisible al resto del staff, director incluido.


El poder de los cineastas-actores sobre las películas que protagonizan es dictador y devastador a la fuerza”.Hay un añadido que mejora esas performances magnéticas, y es el cine. La falta de cálculo impone la exploración de territorios nuevos y ya se sabe que el rumbo hacia lo desconocido incita: se trata en general de guiones escritos como los dioses (paganos), de depurada artesanía y un ritmo feroz. En películas como Escuela de Rock, Virgen a los 40 años, Elf el duende, El reportero, Zoolander, Los osos de la mala suerte, El insoportable, Starsky y Hutch, Irene y yo... y mi otro yo, Supercool, Juno, Ligeramente embarazada o Semi-Pro, por apenas mencionar muchas, hay cine de sobra, y lo hay en clave de género y vanguardia a la vez: son parte de una fuerza armada que va delante del cuerpo principal.


En ese cine hay vida, hay una idea del mundo; desde esas inmolaciones hechas puesta en escena surge siempre un espíritu subversivo, una voluntad libertaria que es lo único inquebrantable. Si todo el resto se puede romper, dentro y fuera de cuadro (coches, casas, modales, modos de filmar, convenciones y moral, por no hablar de la posibilidad permanente de “partirse de risa”), es justamente por el impulso ácrata con el que estos actores-autores producen sus graciosos (en todos los sentidos posibles) atentados contra Hollywood desde Hollywood.


Caramelos ácidos para alquilar ya mismo5 de los últimos tiempos

1.- Ricky Bobby, loco por la velocidad (2006)

2.- Nacho Libre (2006)

3.- Las locuras de Dick y Jane (2005)

4.- Virgen a los 40 años (2005)

5.- Zoolander (2001)


5 de las de toda la vida

1.- La adorable revoltosa (1938)

2.- El botones (1960)

3.- Anochecer de un día agitado (1964)

4.- El rey de la comedia (1983)

5.- Hechizo del tiempo (1993)
Foto y Fuente: Diario Crítica.

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